Egeria
Egeria entró por las varias soledades y los diversos desiertos eremíticos del libro del Exodo. Al monte santo del Sinaí, olvidada de su fragilidad femenina, sube con paso firme. Finalmente, después de haber recorrido los confines de casi todo el orbe terráqueo, también quiso subir a lo alto de otros montes altísimos.
Egeria se anuncia en la historia como un enigma y aparece en la literatura como un milagro. Y es que a Egeria, la primera de nuestras escritoras y una de las mujeres verdaderamente grandes de la temprana historia de España, debemos la inauguración de un género que nunca ha pasado de moda: el libro de viajes. Con la peculiaridad de que su “Itinerarium” es a la vez testimonio personal, fresco y ameno pero culto y profundo, de un peregrinar por la tierra y los símbolos, por la realidad por la fe. Y es la única guía litúrgica de aquel Jerusalén ya dos veces santo y, tal vez por eso mismo, destruido dos veces por el emperador Adriano.
Ramón Teja, catedrático de historia antigua de la universidad de Cantabria.
EGERIA:
Se llega a Jerusalén a la hora en que un hombre puede distinguir a otro, o sea, casi a la hora del alba, antes de la salida del sol. Huelga decir cuánto es aquel día ornato en la Iglesia Mayor, en la Anástasis y en la Cruz de Belén. No se ve más que oro, piedras preciosas y seda; las cortinas son también de seda bordada en oro. Los objetos de culto que se usan aquel día son de piedras preciosas incrustadas. Sería imposible calcular y describir cuántos y cuán valiosos son los cirios, candelabros, lámparas y demás objetos del templo….
Egeria debió de nacer hacia el año 340 porque ya era una personalidad madura cuando emprendió su viaje. Además tenía que conservar un extraordinario vigor físico para sobrellevar las durísimas condiciones de ascenso a pie a montes escarpados y difíciles. Era segoviana de origen y como todas las mujeres de su clase y de su época , tuvo una educación esmerada y creció en un ambiente politizado, vivo y conflictivo, de honda inquietud espiritual y gran libertad intelectual. Además del latín, su lengua materna, sabemos que Egeria dominaba el griego porque en griego está esa Biblia que lleva consigo a todas partes para vivir o revivivir la letra en la realidad.
EGERIA
Cuando llegan a la puerta de la ciudad es ya de noche. Es tanta le gente, que necesitan traer unas doscientas lámparas de la iglesia. A la iglesia mayor, el Martyrium, llegan a la hora segunda de la noche, porque hay gran trecho desde la puerta de la ciudad y caminan despacio para que la gente no se canse. Abren las puertas grandes que dan a la calle ancha y entra todo el pueblo con el obispo en el Marturyum cantando himnos.
Es evidente que Egeria se había dedicado a la vida religiosa junto con otras mujeres, las hermanas a las que dirige en formas de cartas este “Itinerarium”. Pero no es seguro que se tratase de una monja en el sentido actual del término. Desde luego, parece haber sido la superiora o la figura preminente de un grupo femenino retirado del mundo, esas “hermanas” a las que repetidamente, en su estilo directo y efusivo llama “amadísimas” y “luz de mi vida”.
En este “Itinerarium” de Egeria, la peregrinación es símbolo y resumen del paso por la vida del creyente, que se ve a sí mismo como caminante en búsqueda de la Verdad, que es la Muerte pero también la Salvación. Para el que abraza la vida religiosa, la vida es sólo tránsito. Mil trescientos años después de Egeria, otra mujer paisana suya, Teresa de Avila, también caminante infatigable, dirá que la vida es “una mala noche en una mala posada”. Y antes había escrito Jorge Manrique:
JORGE MANRIQUE
“Este mundo es el camino
para el otro, que’s morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar”.
Egeria pensaba lo mismo. Pero no se limitó a pensarlo, sino que lo hizo. Toda su vida es como una preparación para el viaje a Tierra Santa. Cuando termina los tres años de “Itinerarium” –tiempo real y simbólico: los tres años de vida pública de Jesús, Egeria desaparece sin que sepamos dónde, ni cuándo, ni cómo.
Lentos y rápidos, plácidos y amargos, pasaron los siglos. Nadie recordaba ya a la peregrina en Tierra Santa. Pero en 1884 el erudito Gamurrini descubrió un texto muy raro, caligrafiado en el siglo XI en el famoso monasterio de Monte Casino, que había sobrevivido a las hordas napoleónicas y no había sido quemado por los Ilustrados. En la “Confraternita dei Laici” de Arezzo alguien lo encuadernó con otros dos códices medievales, aunque no llega hasta nosotros la versión completa.
EGERIA:
Interea ambulantes pervenimus ad quendam locum…Siguiendo luego la marcha, llegaremos a un lugar donde aquellos montes por los que íbamos se abrían, formando un valle amplísimo, muy llano y hermoso, y al fondo de él se veía el santo monte de Dios, el Sinaí.
Así relata, en primera persona y desde la primera frase, la misteriosa Egeria, la escritora, la peregrina, la sabia, hasta que en algún punto se suspende el relato y desaparece. Probablemente murió de forma súbita y lejos de los suyos, porque siendo de familia principal y teniendo tantos amigos, los datos de esa muerte nos habrían llegado. Sin embargo, nada sabemos. Quizá nada sabremos nunca.
Egeria, la curiosa peregrina, la primera de nuestras escritoras, se desvanece en el aire del tiempo como María de Zayas, en el recuerdo de un mundo que ya no existe , en la memoria de una mujer sencillamente inolvidable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario