Alexandra David-Neel
Desde niña Alexandra David-Néel se mostró inquieta. Además de huir varias veces de su casa, estudió música y se interesó por el budismo y el Tíbet. Hizo un primer viaje a la India al cumplir los 20 años, pero, cuando empezó a fallarle el sustento, regresó a su París natal. Para ganarse la vida, inició una carrera como cantante de ópera que la llevaría hasta Hanoi.
La volvemos a encontrar en Túnez, ya casada, aunque sin olvidar sus ideas anarquistas y feministas. Su matrimonio resultó fallido y, con 43 años, inició el viaje de su vida, rumbo a la India, un viaje que iba a durar 14 años. En 1912 conocía en Sikkim al decimotercer Dalai Lama. La suerte estaba echada: tenía que alcanzar el Tíbet. Profundizó en sus estudios de tibetano y se inició en la meditación. Vivió como ermitaña y luego pasó más de dos años en el monasterio budista de Kum Bum, por aquel entonces ya protectorado chino. Pero el Tíbet continuaba ahí, como territorio prohibido para los extranjeros. Intentó cruzar la frontera tres veces. La primera vez fue detenida. La segunda se le echó la nieve encima. A la tercera tentativa, acompañada sólo por Yongden, criado, discípulo y, más tarde, hijo adoptivo, consiguió al fin pasar. Tras cuatro meses de superar pasos de 4.000 y 5.000 metros, dormir en cavernas, sufrir frío y hambre, alcanzó Lhasa, la capital del país soñado. Llegaba convertida en una mendiga, vistiendo harapos, flaca, curtida, con la cara ennegrecida por el humo. Tenía cincuenta y seis años.
CIEN AÑOS DESPUÉS
Alexandra no se asentó hasta alcanzar los 78 años. Entonces se retiró a Digne, bajo los Alpes de la Alta Provenza. En el Tíbet conoció una sociedad feudal con reyes, lamas, nómadas y gente humilde, que vivían como lo habían hecho durante siglos. En su libro Magos y místicos del Tíbet relató cuentos, magias y milagros que quedaron asociados al budismo tibetano. Sin embargo, mantuvo siempre una doble mirada: mística maravillada una y estudiosa objetiva otra, que separaba el grano de la paja. No se cansaba de repetir: "Tengan cuidado con las imágenes, no se dejen embaucar por ellas". A los cien años, quiso renovar su pasaporte. Por aquellas fechas, los chinos habían ya destruido la mayoría de monasterios tibetanos.
CIEN AÑOS DESPUÉS
Alexandra no se asentó hasta alcanzar los 78 años. Entonces se retiró a Digne, bajo los Alpes de la Alta Provenza. En el Tíbet conoció una sociedad feudal con reyes, lamas, nómadas y gente humilde, que vivían como lo habían hecho durante siglos. En su libro Magos y místicos del Tíbet relató cuentos, magias y milagros que quedaron asociados al budismo tibetano. Sin embargo, mantuvo siempre una doble mirada: mística maravillada una y estudiosa objetiva otra, que separaba el grano de la paja. No se cansaba de repetir: "Tengan cuidado con las imágenes, no se dejen embaucar por ellas". A los cien años, quiso renovar su pasaporte. Por aquellas fechas, los chinos habían ya destruido la mayoría de monasterios tibetanos.

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